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Sobre Arte, Cocaína y Performance

“… debemos aprovechar estos espacios de opinión -escasos por cierto- con conciencia de formar un criterio social o ciudadano y no de tratar de legitimar un desacierto personal a través de un statu quo”.

Encuentro pertinente hablar de la columna de opinión publicada en el diario local La Patria del día domingo 13 de septiembre de 2009 y que titula “Arte, cocaína y performance”, a propósito de lo ocurrido durante una presentación plástica de la artista Tania Bruguera en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Bogotá, celebrada este jueves 10 de septiembre, y en la que la artista exhibió cocaína a los asistentes, servida en tres bandejas de vidrio, como parte de su propuesta en un evento para el que el Ministerio de Cultura aportó 32 millones de pesos.
Lo que se puede interpretar de este tipo de sucesos no es “la intolerancia y ridiculez de un escándalo”, como lo expresa el columnista, sino la necesidad de comenzar a hablar de estos temas más allá de lo que la agenda pública plantea. Las drogas dejaron de ser un problema hace rato para convertirse en un fenómeno social que como tal, implica aspectos trazadores de índole moral, política, ética, económica, cultural, estética, cognitiva. Es lamentable que hasta la fecha se le asigne tan poco espacio en los medios de comunicación a la formación de opinión pública en torno a esta temática, porque sucede lo que hoy con esta columna del señor Eduardo García Aguilar, en la que si yo como lector que conoce científicamente el tema, no encuentro un argumento objetivo, ni en el fondo ni en la forma, que me dé herramientas para poder llegar a comprender un fenómeno como éste, qué sucederá con uno que sea lego en el tema; al contrario percibo oleajes políticos de oposición visceral al Gobierno legítimo. Una cosa no debe, en este caso, mezclarse con la otra.

Ni en Bogotá u otra ciudad del país, ni en Cuba o en otro país cualquiera, lo sucedido con el performance de la artista cubana Tania Bruguera, so pretexto de ser componente de una reflexión crítica configurada desde el arte, podría pasar desapercibido. No se trata de “lograr poner el dedo en la llaga”, como dice el columnista, porque entonces sí sería sólo un escándalo – y a propósito, no estoy de acuerdo con eso de poner los dedos en las llagas, suena como educar con una correa, y como una apología a la falta de conceptos y de pedagogía -, se trata de develar el trasfondo cultural que subyace a los hechos, se trata de que quien lo haga no anteponga trabas políticas para que no contamine el análisis, el proceso de reflexión y de formación; se trata de asumir la discusión con la seriedad con la que no se ha tratado en los medios, y de plantear, como en el arte, reflexiones que pueden llegar a ser confrontaciones, pero que serán así definidas o asumidas sólo por quien lee o ausculta en medio de la información expuesta y gracias a los argumentos y elementos que componen esa información.

No se puede aprovechar la coyuntura política para hacer maniobras a partir de temas tan álgidos en la sociedad colombiana como el de las drogas. Sobre las drogas no se conocen ni comprenden bien las cosas y se habla casi siempre desde la intuición, desde el sentido común que, así sea común a una mayoría, es emotivo por naturaleza, y la emoción en estos casos no puede usarse para pretender formar una opinión pública sobre esto que es transversal a toda nuestra cotidianidad y que en estos momentos la determina.

Además, usar este tema para satanizar un gobierno es como echarle la culpa de la mala educación de los hijos a un colegio. La invitación es pensarnos a nosotros mismos a partir de lo que ocurre en el mundo de lo social porque es mero reflejo de cada uno que lo compone. Esta situación por ejemplo es una evidencia autónoma de que no estamos preparados para actos de este tipo, que a pesar de desenvolvernos diariamente en medio de las drogas, no sabemos qué hablar de ellas ni cómo hacerlo, que tampoco podemos matizar políticamente un tema como éste, que debemos aprovechar estos espacios de opinión -escasos por cierto- con conciencia de formar un criterio social o ciudadano y no de tratar de legitimar un desacierto personal a través de un statu quo.

Resta por decir que después de poner el dedo en la llaga lo que queda es dolor, expresión de ese dolor y una indignación al saber que quien puso el dedo no tenía ni la menor idea del daño que iba a causar. Por eso, es complejo disertar sobre la legalización, mucho más si se hace a priori y en un espacio que no fue pensado para este propósito; esto hay que hacerlo luego de pensar las drogas como expresión de las culturas, como búsquedas de los sujetos, como algo que traemos en nuestra memoria genética y cultural, desde antes del primer hombre.